Crónica: Manuel Rocha y su frase que cambió la historia
Escrito por Boris Bueno Camacho el 5 de diciembre de 2023
El domingo 30 de junio de 2002 Brasil y Alemania jugaban la final del Mundial de fútbol en Yokohama, Japón. Los bolivianos, empero, teníamos la atención dividida entre aquel partido y las elecciones nacionales, que también tendrían un resultado de infarto.
El domingo 30 de junio de 2002 Brasil y Alemania jugaban la final del Mundial de fútbol en Yokohama, Japón. Los bolivianos, empero, teníamos la atención dividida entre aquel partido y las elecciones nacionales, que también tendrían un resultado de infarto. Ni tres semanas antes, las encuestas daban por ganador a Manfred Reyes Villa, que entretanto había acudido a Palacio con sus colaboradores más cercanos con el fin de tomar medidas para la decoración de sus oficinas. Pero Gonzalo Sánchez de Lozada buscó en las profundidades de sus bolsillos y sus asesores se las arreglaron para hacerle a Reyes Villa una guerra sucia para los anales. Para el electorado, la batalla era entre Goni y el Bombón. Pero hete aquí que, a las siete de la noche de la jornada electoral, los resultados en boca de urna daban por ganador a Goni, y en segundo lugar a… Evo Morales. En efecto, Goni ganó con casi 22,5 por ciento, seguido por el dirigente cocalero, con el 21,94 por ciento, y como tercero, Reyes Villa, con un 20,91 por ciento. ¡Solo 721 votos separaban al segundo del tercero!
Cuatro días antes, el miércoles 26, en el cuartel general de lucha contra el narcotráfico en Chimoré, en el Chapare, la plaza fuerte de Evo Morales, el entonces embajador de Estados Unidos en Bolivia, Manuel Rocha, en un breve discurso, había lanzado una advertencia, cuya frase clave habría de cambiar la correlación de fuerzas y posiblemente las siguientes dos décadas de la historia boliviana. Dijo: “El electorado boliviano debe considerar las consecuencias de escoger líderes de alguna manera conectados con el narcotráfico y el terrorismo”. No mencionó a Evo Morales, pero no necesitó hacerlo. Todos los electores bolivianos entendimos exactamente a qué y a quién se refería.
No se habló de otra cosa en los siguientes cuatro días preelectorales. Entre la guerra sucia de Goni contra Reyes Villa y la declaración de Rocha, todas las cifras cambiaron. “Mi mejor jefe de campaña se llama Manuel Rocha”, diría risueño, una y otra vez, un Evo Morales que rozaba el poder.
Hacía seis meses que yo había dejado el periódico La Razón y me desempeñaba con el pomposo título de Global Communications Manager de Soft Drink Services, el nombre con el que opera La Coca-Cola en Bolivia, pero seguía publicando dos columnas, una en La Razón y otra en el semanario La Época. Lo que sigue es, verbatim, lo que aconteció en una de las cinco cenas a las que el embajador Rocha convocó a personalidades del mundo político, cultural y de la prensa, en lo que, supongo, fue el resultado de un jalón de orejas del Departamento de Estado para que intentara “sacar la pata”. En esa cena tomé notas detalladas porque es lo que Rocha esperaba que hiciérmos sus invitados. La charla previa acerca de las negociaciones para formar Gobierno fue tan interesante como el tema de fondo de este artículo, pero es harina de otro costal, para otra ocasión cuando haya que escribir sobre el suicidio del sistema de partidos.
Asistieron a la cena, que se realizó el 12 de julio, además de Rocha y yo, el monseñor Jesús Juárez, obispo de El Alto; Víctor Hugo Cárdenas, exvicepresidente de la República; Carlos Gerke, rector de la Universidad Católica Boliviana; René Mayorga, director del CEBEM, Luis Vásquez, Presidente de la Cámara de Diputados; Fernando Candia, economista y probable futuro ministro de Hacienda/Planificación; Juan Cristóbal Soruco, director de La Razón; y Lupe Cajías, columnista de La Prensa y funcionaria de la Contraloría.
La casa está ya desmantelada por dentro por la inminente partida del diplomático: no hay cuadros ni libros. Una reunión rara en verdad. Una vez en la mesa, tras un momento breve de otra charla (nada intrascendente, dado el momento por el que pasa el país y las características del grupo de invitados), el embajador dio a conocer el motivo de la reunión.
“He visto sus caras de extrañeza, porque posiblemente no se explican la razón de esta invitación”, dijo. Pero sí nos explicábamos. Luego, palabras más o menos, expuso lo siguiente:
“Quiero decirles que lo que yo dije tiene poco o nada que ver con lo que se me atribuye. Me da una rabia enorme que se me haya hecho decir cosas que no están escritas (muestra el par de hojas del discurso) ni las dije, y que me gustaría contestar a todos, uno por uno, sobre las cosas que dijeron que dije. Voy a leer el discurso en su integridad para que Uds. juzguen y se den cuenta de que no se menciona el nombre de Evo Morales”. (Lee el discurso completo).
Continuó: “Cuando Evo Morales comenzó su campaña tenía poco menos de un 4%. Y la comenzó diciendo, en cada discurso que daba, que había un complot de la Embajada de Estados Unidos para asesinarlo. Y subió a un 8%. Después le agregó a su discurso que si era presidente, expulsaría a la DEA de Bolivia: 12%. Luego, que expulsaría a la embajada de Estados Unidos: 16%, y nadie decía nada. En eso, alguien me dijo en un almuerzo que había un 4% de voto oculto (en realidad siete, RB) y que lo más probable es que fuera para Evo Morales. Entonces teníamos un candidato que sumaba probablemente el 20%, y que había subido en las encuestas a costa del prestigio y presuntas acciones de Estados Unidos, sin que nadie dijese una palabra sobre esto. Entonces yo tenía que actuar. Y varios embajadores me dijeron que ellos habrían hecho lo mismo en defensa de sus respectivos países.
Luego vino Reuters para hacerme una entrevista al respecto. Se me dijo que sería para su difusión en Estados Unidos, para la población latina. Y yo hablé para ese público y repetí que la decisión de elegir a alguien con una agenda antinorteamericana pondría en riesgo la relación económica y diplomática entre nuestros países. Pero esa misma noche vi la entrevista en todos los canales bolivianos. Y otra vez dale contra el embajador. Incluso un Hugo Carvajal (mira a Vázquez Villamor, porque Voltio Carvajal era del MIR) dijo ‘que se calle el embajador’.
Esas son las circunstancias de mi declaración. Fueron en legítima defensa de los intereses de mi país, cosa que hubiera hecho el embajador de cualquier otro país. Y si bien se referían a alguien en particular, no lo nombran y están escritas dentro de los cánones de respeto establecidos en la diplomacia. Es más, el Departamento de Estado me envió una carta de apoyo y (el secretario de Estado) Colin Powell incluso una de felicitación” (lee ambas).
Enseguida el embajador Rocha se puso a disposición de los presentes para responder cualquier pregunta.
Todos los presentes hicieron una evaluación de la situación y todos coincidieron en que a la larga, y si se supera con bien esta etapa, que puede durar varios años, es una evolución gigantesca de la democracia, pero que conlleva elevadísimos riesgos. Pero todos nos cuidamos de darle la razón. Su error seguía siendo grueso.
Le pregunté: “¿Entonces no fue un cálculo político de EEUU para alterar el escenario político ante el conocimiento privilegiado de datos fuera del alcance de los encuestadores bolivianos?”.
“Nada más lejos de eso”, respondió.
El embajador detalló que una ascensión a la presidencia por parte de Sánchez de Lozada con los eventuales votos de Evo Morales “sería bien vista por EEUU si ello no implica un compromiso. Pero si hubiera un compromiso, habría problemas”, sostuvo, implicando al ATPDA y cualquier trato con el FMI, además.
“Y si Evo Morales se convirtiera en presidente, Estados Unidos rompería relaciones y se marcharía del país con todas sus consecuencias”, agregó, poco después.
“La condición para buenas relaciones con Estados Unidos”, dijo, “es total adhesión a los lineamientos de Washington. Colombia es un buen ejemplo. Uribe está con nosotros y nosotros estaremos con él hasta el final, no importa qué. Toledo se desmarcó y así le va”.
A eso de las 23.10 dio por terminada la ronda de preguntas y la cena y todos nos dispusimos a partir. Rocha fue muy cordial y cálido con todos.
Poco después de transcribir estas notas tuve ocasión de hablar con Lupe Cajías y ella me dijo que monseñor Juárez le gruñó, como todo comentario, ante las explicaciones del embajador.
Este grupo fue el quinto, y no sé si el último, en un período de dos o tres días, que invitó el diplomático para explicar su posición.
Ninguno de los presentes se tragó la explicación. Todos atribuimos la gigantesca metida de pata a la tosquedad de un embajador que se apellida como cualquier cochabambino, y tendríamos que apañar con las consecuencias. Pero ahora que Rocha ha sido acusado de ser hombre de La Habana, todo el episodio adquiere una luz completamente diferente.
Robert Brockmann es periodista y escritor.
(Fuente: Brújula Digital)