La vida de Ramón Valdés, el actor de Don Ramón: del odio de Florinda Meza al amor trunco de una compañera del Chavo del 8
Escrito por Boris Bueno Camacho el 4 de septiembre de 2023
Chespirito no creó el papel para que lo interpretara: tan solo le pidió que fuera él mismo. Y de ese modo se ganó el cariño incondicional de varias generaciones, a lo largo de toda América Latina. A 100 años de su nacimiento, el recuerdo de quien tanto nos hace reír, todavía hoy
Don Ramón no hubiera existido sin Ramón Valdés. Y viceversa. La máxima podría sostenerse en el lugar común: ese personaje entrañable hubiera sido muy distinto sin la impronta particular del actor, cuya vida personal -a la vez- no se habría visto atravesada por la fama, el éxito y la popularidad que consiguió por aquel rol en El Chavo del 8. Pero no. La explicación es mucho más simple: uno y otro, persona y personaje, son lo mismo, casi creados a imagen y semejanza. No es casual que compartieran nombre, apodo, origen y vestimenta; incluso, nadie podría aventurar quién nació primero.
En rigor, el actor Ramón Antonio Esteban Gómez Valdés y Castillo-tal su nombre completo, como él mismo lo anunciaría en un sketch del Chapulín Colorado– se asomó al mundo en Ciudad de México el 2 de septiembre de 1923, si bien se crio en Ciudad Juárez como parte de una familia tan numerosa en integrantes como en carencias. En cambio, Don Ramón se daría a conocer recién en 1971 -en el episodio El Ropavejero de El Chavo del 8– como un hombre cascarrabias y malhumorado recién llegado a la bonita vecindad desde el estado de Chihuahua, cuya ciudad más poblada es Ciudad Juárez; el primer guiño entre ambos.
Paradoja del comediante: habituado a provocar carcajadas, Chespirito no tenía la risa fácil. Y les contaba a sus amigos que solo una persona conseguía hacerlo reír: Valdés. Se habían conocido en 1970 cuando Gómez Bolaños lo había convocado para su programa Los supergenios de la Mesa Cuadrada. Con el Ingeniebrio Ramón Valdés, el actor desembarcaba en la televisión a sus 47 años y con una trayectoria extensa en el cine -ya había participado en más de 70 películas, en varias de ellas con Cantinflas-, pero errática en su reconocimiento popular y monetario.
Los límites entre ficción y realidad fueron difusos como pocas veces. De ese modo, si Don Ramón era adorado por el público, ¿cómo sus compañeros no iban a querer a Ramón Valdés? La actriz María Antonieta de las Nieves lo amaba del mismo modo que lo hacía la Chilindrina: como a un padre. Por algo fue Valdés quien la acompañó al altar cuando se casó en la vida real.
La antipática Bruja del 71 caía rendida a los pies de Don Ramón (a quien cariñosamente le decía “Mi Roro”) del mismo modo que Angelines Fernándezlo hacía con Valdés: siempre lo amó, jamás fue correspondida. Esta actriz de carácter nacida en España, que llegó a México escapando del régimen de Franco al que combatió como guerrillera, se cruzó en algún teatro con un joven actor. Angelines pronto supo que no solo se había enamorado de Ramón, sino que lo haría para toda la vida. También comprendió que él la adoraba, pero no la amaba. Ni la amaría.
Cuando el actor murió, el entierro fue multitudinario. Cuando esa tarde todos se fueron, Angelines permaneció en soledad y durante horas junto a la lápida de Valdés en el panteón Mausoleos del Ángel, en la Ciudad de México. Cuentan que una y otra vez la escucharon murmurar, entre sollozos: “Te fuiste mi Roro… mi Roro…”.
El desprecio entre Doña Florinda y Don Ramón halló su correlato cotidiano, como podía esperarse frente a estas barreras ausentes entre lo ficcional y la realidad. Cuando Meza -ya como mujer de Chespirito- pasó a encargarse de la dirección artística del ciclo, Valdés estuvo en consonancia con el resto del elenco: no lo aceptó. Reacio, solo obedecía las órdenes del creador, el mismo que lo había convocado. Y cuando Villagrán fue despedido por los celos que la trascendencia de Quico generaba en el propio Gómez Bolaños, entendió que había sido demasiado para su dignidad. Y siguiendo la huella de su amigo, él también se fue, con Don Ramón a cuestas pero las manos vacías: resignaba muchísimo dinero.
Pese a contar -lo dicho- con los derechos de su personaje, Valdés ya no lograría el éxito cosechado junto a Chespirito. Alternaría buenas y malas, y su salud comenzaría a desmejorar. La adicción al tabaco -era el único que tenía autorización para fumar en los estudios de Televisa, pues… ¡era Don Ramón!, ¿quién se lo iría a prohibir?- le provocaría un cáncer de estómago. Los doctores le explicaban que si no abandonaba ese hábito nocivo, el final era irremediable; apenas se iban de la habitación, Valdés encendía un cigarrillo.
Roberto Gómez Bolaños: de él se trata este párrafo. Chespirito fue el tercer ausente en el entierro de Ramón. Tal vez en respaldo a su esposa, consideró que no debía acercarse a dar el pésame. Y ya nunca se perdonaría no haberle rendido homenaje a quien, más allá de las diferencias profesionales, había logrado lo que nadie podía: hacerlo reír. Tiempo después el guionista describiría su gesto como un gran error, quizás sabiendo que ni falta hacía que lo dijera. El corazón de Valdés hubiera sido incapaz de albergar el rencor.
Así, esta crónica se agota en su falsa promesa: no alcanzan sus palabras para despejar certeza alguna. Don Ramón y Ramón Valdés, ¿cuál era uno y cuál el otro? Quizás a modo de justificar el incumplimiento, además de no despejar la incógnita se plantea una nueva: ¿a quién le importa resolver ese dilema? Si al fin de cuentas, ahí está lo mejor. Aquí no había truco alguno. Con Ramón –Don o Valdés, da igual- la magia simplemente sucedía, desprovista de engaños y doble fondo.
Porque mientras tanto nos cuesta ser auténtico -en la vida o en cualquier ficción-, Ramón, simplemente era.
Ramón Valdés (Twitter: @RamnValdsCasti1)
(Fuente: infobae)